"Buda explotó por vergüenza" (2007) ¹
La discriminación de género a debate: Mujer y Educación
José Calvo González
Universidade de Málaga
publicado em 23/03/2017
El relato cinematográfico –sin relato no hay cine– al que hoy asistiremos, Buda explotó por vergüenza (2007), de la directora iraní Hana Makhmalbaf, es, para mi, una alegoría y como tal atravesada de metáforas consecutivas, que cuentan sobre la errancia y desencuentro con la Felicidad, que es un Derecho, que es incluso modelo de derechos.
Una niña afgana de seis años, Baktay, que vive en las cuevas aledañas a las estatuas de piedra y arcilla de los Budas del Valle Bāmiyān, destruidas por la milicia talibán en 2001, anhela y se propone acudir a la escuela. Su errancia expresa no-ser, su final desencuentro la irrealización del ser. Aquel tanteo y esta expectativa fallida se dibujan mediante múltiples imágenes de lo abstracto donde se combinan fragmentos –a veces paradójicos, o directamente antitéticos entre sí– de lo concreto; éstos aluden, sin duda, a cuestiones de género, y también a sociedad patriarcal. Pero tal vez sean puntos de fuga, derivadas, o mejor contextos. A mi modo de ver en la película existe un punto de concentración, nucleico, central y bien determinado, acerca del que me gustaría deliberar con Vds. posteriormente. Se trata del Derecho a una infancia feliz, que viene expresado mediante oposición a una sociedad violenta y discriminadora. Pensado de este modo, la Felicidad de Baktay sería una historia alternativa, y una alternativa histórica (no exenta, por tanto, de intención didáctica), que se alegoriza en un proyecto.
Llegar a ser feliz es para Baktay llegar a “ir a la escuela”. Llegar a ser feliz es, pues, una proyección, y es por eso igualmente que en consonancia la película se construye con estructura alegórica; una alegoría no es sino la designación de lo que no tiene signo, la visibilización de lo invisible, el dibujo proyectivo de algo incorpóreo, puramente ideacional. Y así, toda obra cinematográfica, que es también una proyección, pues esclarece la imagen al fondo de lo oscuro, es asimismo una alegoría.
La alegoría de Buda explotó por vergüenza me parece a mí la proyección del deseo de ser feliz. Deseo es ante todo éxodo, salida. Los derechos son deseo porque constituyen representaciones proyectivas. La naturaleza del deseo es siempre contrafáctica. La de los derechos también; formular que los derechos humanos son contramayoritarios puede reenunciarse en la contradictio de lo fáctico. Los derechos no se dicen de la naturaleza, del factum, están en un dictum más allá, son metáfora naturalista, van a una proyección contrafáctica. Los derechos se dicen en la historia, concebida como diacrónica respecto de la facticidad puramente sincrónica, y aún más, los derechos se dicen en una historia alternativa, y hasta en una alternativa histórica.
El derecho a ser feliz de Baktay pretende la escapatoria a su facticidad histórica. Su derecho a la Felicidad consiste en divergir la sincronicidad del momento histórico individual y social, estanco, sin progreso, no discurrente. Es, pienso, disentir y alejarse proyectando una versión alternativa, divertir su mundo, abrir vía a la contra-realidad. ‘Dejadme ir a la escuela a aprender historias divertidas’, repite Baktay.
La puerta de salida, la solución de continuidad histórica, la que da paso a un lugar-otro, la que conduce a la Felicidad es el Derecho a la educación, esa poderosa herramienta –llave maestra– con la que todas las cerraduras pueden ser abiertas. Porque la Educación esclarece el porvenir de los Derechos y es luz de su cultura.
El derecho a ser feliz de Baktay, derecho fundamental y modelo básico para cualquiera otros derechos, se articula en dos materiales de cultura pedagógica: un cuaderno de escritura y un lápiz. La pequeña Baktay se aventura para obtenerlos; conseguir una libreta y un útil de escritura es su gran lance al Destino. Los Derechos no son sino guantes arrojados al Destino. Baktay ejemplariza la tenacidad y perseverancia en el derecho a ser feliz. Pero su alcance y conquista no está exenta de dificultades, ni libre de riesgos, y tampoco es ajena a la adversidad y al fracaso. No es vana lección el recordatorio de la naturaleza frágil de los derechos, también para quienes se abandonan con demasiado acomodo a una concepción triunfal de los Derechos.
Voy a suscitar, muy brevemente, algunas reflexiones en torno a esos dos instrumentos de alfabetización.
A falta de lápiz Baktay recurre a un lápiz pintalabios. ¿Supone esto una incongruencia argumental de género? Pienso que únicamente si lo contemplamos desde una perspectiva inexperta. Cuando una mujer emplea como útil de escritura el lápiz labial, que es igualmente –impagable auxilio del psicoanálisis– un objeto denotado por su forma fálica, cambia su significación de padre-fálico y transforma el simbolismo del órgano cuya ausencia había identificado hasta entonces su feminidad, de donde el efecto de sentido revierte en crítica al padre, aún si omitido, porque en realidad lo que está elaborando es una sinécdoque; la parte (falo-lápiz de labios), por el todo (sociedad patriarcal). Sin duda alguna, el androcentrismo y la falocracia son, pues, los verdaderos objetivos de la censura presentes en la sustitución del lápiz por un lápiz pintalabios.
Todavía, sin embargo, podría pensarse que acudir a un complemento de la cosmética femenina representa una refutación, una negación de los ‘postulados’ de género. Este análisis resultaría, no obstante, poco perspicaz pues relegaría las diferencias de femenino individual prescribiendo una identidad de género esencialista, incompatible con el reconocimiento de la capacidad de todo ser humano para autodeterminarse a través de opciones diversas de ser o hacer. Frente al femenino de identidad esencialista me inclino por la identidad genérica que entiende que el sujeto femenino sólo es único si es sujeto múltiple. Es decir, la riqueza del femenino, su condición valiosa, no se limita a la lógica instrumental del binarismo de género (femenino vs. masculino, varón vs. mujer), sino que abarca otras formas de autorrealización personal, distintas elecciones alternativas de querer (ser mujer). Es por eso que Baktay puede utilizar el lápiz pintalabios como útil de escritura, y asimismo como lápiz labial y colorete. En la recuperación del especio de género la identidad femenina también se libera de las tinieblas y la ocultación (cueva y bolsa de papel, ésta como alegoría del niqab) iluminando y descubriendo un rostro hermoso, unos ojos bonitos, unos labios pintados.
En cuanto al cuaderno que Baktay estrecha contra su corazón le será arrancado de las manos, será deshojado, saqueado, deslucido, y quedará al final huérfano aun siquiera de simples –de ingenuos– garabatos. El maltrecho cuaderno escolar permanece en blanco, un blanco marchito. Es la Felicidad malograda, la irrealización de su ser jurídico.
Pero la Felicidad, que es un derecho, y hasta modelo de derechos, es también un deber ser. Y puede frustrarse el ser del Derecho, y pese a ello pervivir el deber ser. Deber que en punto a la Felicidad es de disposición a la resistencia y autonomía, deber de autoafirmación de la identidad, de emancipación personal, deber de necesidad e interés por decidirse a ser feliz.
En un diálogo, próximo a la conclusión el vecino de Baktay pregunta:
- ¿Has aprendido alguna historia divertida?
- No he encontrado nadie que me enseñara… He aprendido yo sola, y ya está.
Con todo, no podremos ignorar las causas de irrealización del ser, de la Infelicidad, ni tampoco sus consecuencias. Las causas son la violencia embriagada de dogma religioso, aunque no sólo éste, la exclusión de la igualdad en la diferencia, inclusive la negación de la similitud, y la injusticia de un orden social y cultural, disimulado y plausiblemente consentido por la reglamentada indolencia internacional que lo pondera con razones perezosas (el policía que regula un tráfico imaginario so pretexto de evitar un accidente). Las consecuencias son el desamparo y las penalidades que sufren emocional y físicamente los niños en las guerras, la reproductividad de sus peores estigmas, y la terribilidad de la supervivencia.
Aquella súplica de Baktay (‘Por amor de Dios dejadme ir a la escuela a aprender historias divertidas’) se canjea por una terrible durabilidad de la existencia, mera subsistencia, en la exhortación de su vecino Abbas, cubierto de barro, como miniatura del gigante Buda demolido, a un ‘Muérete o no te dejarán en paz’, ‘Muérete Baktay si no no serás libre’; hacerse la muerta, parecer haber muerto, para ser libre… Ocurre, sin embargo, que a menudo las metáforas resultan demasiado previsibles, demasiado predecibles, y es en efecto la muerte la única redención posible, y para ser libre sólo cabe morir.
1 Texto para el curso Pensar el Cine V, ‘La discriminación de género a debate’, Seminario interdisciplinario del Área de Filosofía do Dereito. Facultade de Dereito de Ourense de la Universidad de Vigo, sesión de 1 de octubre de 2013.